Una de las primeras plantas que vamos a ver florecer por nuestros campos, y que de hecho puede ya verse desde mediados de febrero, es el comúnmente conocido como garbancillo (Erophaca baetica). Se trata de una especie de porte herbáceo, que alcanza en el mejor de los casos hasta un metro de altura, aunque lo normal es que no supere los 40 cm. Sus hojas son compuestas (divididas en foliolos) y presentan por el envés una capa de pelo sedoso de color blanco, lo cual le da un aspecto “algodonoso” muy característico.
Pertenece a la familia de las leguminosas, dentro de la cual también se incluyen muchas otras especies herbáceas de interés económico y alimentario para el ser humano, como pueden ser los garbanzos (Cicer arietinum), las lentejas (Lens culinaris), los guisantes (Pisum sativum), las habichuelas (Phaseolus vulgaris), las habas (Vicia faba) o la soja (Glycine max) entre muchas otras.
Pero, a diferencia de todas ellas, el garbancillo no sólo no es comestible, sino que es tóxico en todas sus partes, hecho éste por el que recibe también el nombre común de haba del diablo. Es por esta razón que es raro verlo ni tan siquiera mordisqueado, ya que su toxicidad es bien conocida por todos los herbívoros, que han aprendido, generación tras generación, a despreciar a esta planta cuando están pastando.
En caso de que el animal ingiera la planta por accidente, va a desarrollar síntomas de intoxicación por nitrocompuestos (asfixia, gastroenteritis, anoxia, …) y por swainsonia, compuesto éste responsable de una enfermedad conocida como “locura del ganado”, que se manifiesta en forma de alteraciones del equilibrio y el comportamiento del animal, causadas por un incremento de la presión del líquido cefalorraquídeo.
Es por ello que se recomienda a los ganaderos que no dejen pastar a sus reses en parcelas con alta abundancia de esta especie, pues estas sustancias tóxicas van a afectar no solo a las cabezas de ganado que las ingieren, sino también a aquellas personas que consuman derivados de esas reses, ya sea carne o leche.
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